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Hay existencias
Eutiquio saca del bolsillo de su pantalón la navaja que le regaló su padre cuando era niño. Y empieza a rayar la blanda pared de caliza de la bodega subterránea donde elabora vino a granel.
No son simples marcas, graba la pared utilizándola como libro de cuentas. Ha apuntado “Debo 13 cántaros a Nicolás”. Una deuda que 100 años después todavía no ha sido saldada y a la que ahora le sacan provecho dando nombre a este vino.
En esta época era de honra no cobrarla por los muchos favores intercambiados y de honra también era no borrarla, porque los favores no se olvidan. Hoy la bodega defiende que es de honra recordarla.
El vino es fresco y afrutado y nos transporta a las meriendas que disfrutaba Eutiquio con sus amigos. Esos momentos impagables que nos regala el vino.
Crianza de 8 meses en barrica de roble
La bodega nos recomienda combinarlo con unos torreznos.
A mediados de los 90, Ignacio Príncipe, nieto de Eutiquio, convierte el negocio familiar de venta a granel en una bodega seria donde se elaboran vinos de calidad y pasa de complemento a actividad principal de la familia.
La bodega coge el nombre de su padre: César Príncipe, agricultor por vocación y la persona que siempre había hecho el vino en casa. En la bodega, también ayuda Juan Príncipe, hijo de Ignacio.
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